Por Valeria Martínez |7 de agosto de 2025, 12:00 PM

En Costa Rica, compartir la mesa ha sido históricamente un acto de unión. Desde los almuerzos dominicales con olla de carne hasta los cafés de la tarde con pan casero, la comida ha representado mucho más que un acto nutricional: es un ritual social y afectivo. Sin embargo, este hábito atraviesa un marcado retroceso. 

En un sondeo realizado por Calle 7 Informativo, muchas personas admitieron no recordar la última vez que se sentaron a comer en familia. Entre las razones más frecuentes destacan la falta de tiempo, los cambios en los estilos de vida y las exigencias laborales.

La tendencia se replica en todo el mundo. El Informe Mundial de la Felicidad 2025 subraya que comer acompañado es uno de los factores que más influyen en el bienestar emocional, al mismo nivel que el empleo o los ingresos. No obstante, los datos también revelan un deterioro sostenido en esta práctica: en Estados Unidos, por ejemplo, una de cada cuatro personas come sola, y las comidas compartidas se redujeron en más de un 50% desde 2003.

Las consecuencias son tangibles. El informe señala que las comidas en grupo fortalecen los vínculos sociales, reducen la ansiedad, combaten la soledad y mejoran la salud mental, sobre todo en adolescentes y adultos mayores. Durante estos encuentros se activan las endorfinas, lo que fomenta la conexión emocional y crea un entorno de pertenencia difícil de lograr en rutinas solitarias.

Recuperar este hábito no requiere grandes protocolos ni preparaciones elaboradas. Más allá de lo gastronómico, lo esencial es la presencia y la conversación. En un contexto donde el aislamiento social avanza, rescatar este espacio cotidiano podría ser clave para mejorar la calidad de vida emocional en los hogares costarricenses.

Lo invitamos a repasar el reportaje completo en el video disponible en la portada de este artículo.

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