Donde crecen los árboles en silencio
Crecer es un proceso silencioso. Y, sin embargo, ahí está la verdadera transformación. No ocurre bajo reflectores ni entre aplausos.
Dra. Johanna Alvarado/ ICF Young Leader Award.
“Cuando un árbol cae, hace mucho ruido; cuando un árbol crece, nadie lo escucha”, Proverbio asiático.
Es fácil notar el estruendo. Las caídas, los fracasos, los quiebres, los escándalos, los divorcios, los despidos, los desacuerdos. Esas cosas hacen ruido. Toman espacio. Se llevan titulares, críticas y opiniones. También el éxito visible hace ruido: el ascenso, el reconocimiento, la ovación, el logro culminado. Lo que pocos ven —y aún menos valoran— es el proceso.
Crecer es un proceso silencioso. Y, sin embargo, ahí está la verdadera transformación. No ocurre bajo reflectores ni entre aplausos. A menudo, pasa en silencio: en una conversación privada, en un amanecer que nos obliga a respirar hondo, en una decisión valiente que no compartimos con nadie, en los pequeños gestos que elegimos repetir sin que nadie nos lo pida.
El árbol no se mide por el día en que cayó, ni por el día en que floreció. Se mide por todo lo que vivió entre ambos extremos.
Muchas veces, al mirar atrás, las personas con las que he trabajado, al igual que en mi propia vida, se aferran a determinar si algo salió bien o salió mal. Si el resultado fue justo o injusto. Si aquella persona fue una buena pareja, un buen jefe, un mal hijo, una mala decisión. Pero, ¿y si lo importante no fuera ese veredicto final, sino el trayecto?
Vivir en el proceso nos permite ampliar la mirada. Cuando nos detenemos a ver qué hubo en medio, las preguntas que nos hicimos, los aprendizajes que cultivamos, las pausas que elegimos, las conversaciones que nos movieron, los límites que aprendimos a poner, aparece la verdadera riqueza.
Recuerdo, por ejemplo, a una líder con la que trabajé hace unos años. Su equipo no alcanzaba los resultados esperados, lo cual comenzó a ser motivo de cuestionamiento institucional.
Ella, lejos de defenderse desde el ego o el impulso, eligió mirar hacia adentro. Comenzamos un proceso silencioso de revisión profunda: su manera de comunicarse, de delegar, de marcar límites, de confiar en otros, de organizar sus horarios, incluso de cuidar su salud mental.
Ese proceso no hizo ruido. De hecho, fue incómodo y desafiante. Meses después, los números mejoraron. Pero más allá de los indicadores, lo que cambió fue ella. Su claridad, su paz, su equilibrio, su liderazgo. Ese crecimiento —como el del árbol— fue invisible para muchos. Pero transformador para ella y para quienes la rodeaban.
La vida no es una serie de aciertos y errores. Es una continua espiral de crecimiento, muchas veces imperceptible para el ojo ajeno. Cuando nos permitimos vivir desde el proceso, es menos probable que caigamos en visiones polarizadas: bueno o malo, éxito o fracaso, correcto o incorrecto. Las personas somos lo que somos en cada parte del camino.
Y esto aplica en todo: en cómo criamos a nuestros hijos, en cómo sostenemos una relación de pareja, en cómo llevamos nuestros proyectos. Nadie debería ser reducido a su “última caída” ni glorificado únicamente por su momento de brillo. Vivir desde el proceso es vivir en el presente. Es tener la humildad de saberse en construcción constante y la compasión para acompañar también el proceso de otros.
La paradoja es que, cuanto más aprendemos a habitar ese proceso, menos ruido necesitamos. Y más paz sentimos.
Así que, si hoy está en medio de un proceso silencioso —uno de esos que nadie celebra ni aplaude— quiero decirle que su crecimiento sí importa. Que hay belleza en el silencio. Que no hace falta ruido para que un árbol se vuelva majestuoso.
Y si necesita acompañamiento en ese proceso, estaré encantada de conversar con usted.
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