25 de abril de 2025, 19:35 PM

Dra. Johanna Alvarado/ ICF Young Leader Award.

"La tecnología no es mala ni buena; es una herramienta. Lo importante es quién la controla y con qué propósito." — Yuval Noah Harari.

En tiempos en los que la inteligencia artificial (IA) avanza a pasos tan veloces que pareciera desdibujar los límites entre lo humano y lo automatizado, es crucial preguntarnos: ¿estamos evolucionando al mismo ritmo en lo que respecta a nuestra inteligencia natural? ¿O estamos cediendo nuestro criterio, sensibilidad y creatividad al algoritmo más cercano?

La inteligencia artificial nos deslumbra: predice comportamientos, responde en segundos y es capaz de escribir, traducir, componer, programar e incluso aconsejar. Sin embargo, ninguna IA —al menos por ahora— puede replicar del todo, la empatía genuina, la intuición profunda, la conciencia reflexiva ni la sabiduría emocional que cultivamos como seres humanos en contacto con la vida real.

Es aquí donde cobra sentido hablar de equilibrio. La pregunta no es si debemos sumarnos a la ola tecnológica, pues esto es un rotundo sí, sino cómo hacerlo sin ahogarnos en ella. El liderazgo consciente del presente no es un liderazgo que compite con la máquina, sino uno que se complementa con ella sin perder su esencia.

La inteligencia natural implica observar con profundidad, escuchar con intención, leer entre líneas y adaptar nuestras decisiones al contexto emocional y relacional. Es la capacidad de autorregularnos, de mantener el juicio crítico activo, de conectar con otras personas desde la autenticidad.

Por eso, más allá de adquirir herramientas tecnológicas, la invitación es a seguir puliendo nuestras herramientas humanas:

  • ¿Estoy desarrollando mi capacidad de estar presente?
  • ¿Entreno mi escucha activa?
  • ¿Me doy tiempo para la reflexión personal y colectiva?
  • ¿Qué prácticas fortalecen mi criterio, mi ética, mi discernimiento?

A continuación, le comparto algunas preguntas que pueden ayudarle a hacer una auditoría de su inteligencia natural en medio del auge digital:
1. ¿Qué tanto de lo que leo, escucho o comparto en redes lo contrasto con fuentes confiables o con mi propio juicio ético?
2. ¿Sigo cultivando conversaciones humanas profundas, aunque sea más fácil enviar un emoji o un sticker?
3. ¿Cómo me aseguro de que mis decisiones no están siendo tomadas por un algoritmo, sino desde mi propio discernimiento?
4. ¿Me permito el silencio y la contemplación o estoy en una carrera constante de producción y consumo digital?
5. ¿Qué espacios tengo en mi vida para nutrir mi inteligencia emocional, social, intuitiva y espiritual?

La inteligencia artificial puede apoyarnos enormemente, pero no debe reemplazar nuestra capacidad de pensar, sentir y decidir con sentido humano. Por eso, le invito a recordar que evolucionar no es solo adoptar lo nuevo, sino también preservar lo esencial. Y lo esencial, como bien sabemos, no se automatiza.

Reflexión final: ¿Qué pasará si dejamos de cuidar nuestra inteligencia natural?

Si como humanidad renunciamos al cultivo de nuestra inteligencia natural, corremos el riesgo de desconectarnos de nuestra historia, de nuestros vínculos y de las capacidades que precisamente nos han hecho evolucionar como especie. No hemos llegado hasta aquí por la velocidad de cálculo, sino por la profundidad de pensamiento, la riqueza del lenguaje simbólico, la capacidad de crear vínculos significativos y de actuar con propósito.

Nuestra inteligencia natural ha sido la gran arquitecta de los avances que importan: desde el arte hasta la medicina, desde los movimientos sociales hasta las ideas que han transformado culturas. Fue la empatía lo que permitió crear redes de cuidado, la intuición la que abrió caminos antes impensables, la reflexión la que cuestionó paradigmas injustos. Fue, y es, nuestra humanidad pensante, sintiente y actuante la que sostiene el verdadero progreso.

Si dejamos de entrenar nuestra capacidad de cuestionar, discernir, imaginar y conectarnos profundamente, podríamos convertirnos en emisores de datos, pero no en creadores de sentido. Seríamos más eficientes, sí, pero quizás menos conscientes; más conectados, pero más vacíos; más informados, pero menos sabios.

Por eso, cuidar nuestra inteligencia natural no es un lujo del pasado, sino una urgencia del presente. Es la forma de asegurar que la tecnología nos sirva, sin que nos sustituya; que la inteligencia artificial nos potencie, sin que nos desplace; y que los circuitos jamás silencien a nuestras neuronas.

Porque si olvidamos lo esencial, podríamos avanzar muy rápido… hacia ningún lugar.

Si quiere profundizar en este tipo de reflexiones para su vida o su equipo, estoy a disposición para acompañarle. Puede escribirme al WhatsApp 7007-1250 o al correo coachjohanna@icloud.com.

Nos leemos en la próxima columna.

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