14 de julio de 2025, 18:34 PM

Carlos Aguirre / Consultor Desarrollo Humano Estratégico.

Vivimos en una era de sobreinformación. Basta con unos pocos clics para acceder a miles de videos, artículos, tutoriales o cursos sobre cualquier tema imaginable. Sabemos mucho más que generaciones anteriores, pero, curiosamente, seguimos repitiendo errores básicos, posponiendo decisiones importantes o paralizados ante los cambios. ¿Por qué? Porque una cosa es el conocimiento, y otra muy distinta, el convencimiento. Y aún más desafiante: saber no es lo mismo que saber hacer.

Podemos conocer los beneficios del ejercicio físico, tener claro que fumar es dañino o entender la importancia de una conversación difícil en el trabajo. Sin embargo, ¿cuántas veces actuamos en consecuencia? Saber, por sí solo, no transforma realidades. El cambio ocurre cuando el conocimiento se convierte en creencia, y la creencia se convierte en acción.

El convencimiento es ese punto de inflexión donde el saber se vuelve interno, cuando deja de ser un dato externo y pasa a formar parte de nuestras decisiones, prioridades y hábitos. No es lo mismo leer sobre liderazgo que creer verdaderamente que liderar implica hacerse responsable del impacto que generamos en otros. El convencimiento transforma la teoría en compromiso.

Y luego viene el reto del saber hacer. Porque incluso cuando estamos convencidos, puede faltar algo esencial: la práctica, la competencia, la habilidad. En muchas organizaciones y procesos formativos, confundimos la comprensión con la ejecución. Entender cómo se gestiona el cambio no significa tener la capacidad para liderar una transformación real. Es como quien ve tutoriales de cocina, conoce cada paso de una receta, pero nunca ha sostenido un cuchillo ni encendido una hornilla.

Ahí radica el poder de la experiencia, del ensayo y error, de la repetición consciente. Las habilidades no se memorizan, se entrenan. Y lo más interesante: mientras más se ejercitan, más sólido se vuelve el convencimiento. Es un círculo virtuoso: saber, creer y hacer se alimentan mutuamente.

En el desarrollo personal, profesional y organizacional, esta distinción es clave. Un equipo que sabe mucho, pero no cree en su propósito ni pone en práctica sus conocimientos, no logrará resultados sostenibles. Del mismo modo, líderes que dominan conceptos, pero no han pasado por el fuego de la práctica, difícilmente inspirarán transformación.

¿Qué hacer entonces? Primero, aceptar que el conocimiento es apenas el inicio. Segundo, cultivar espacios de reflexión donde las personas puedan conectar lo que saben con lo que creen. Y finalmente, diseñar entornos seguros donde puedan equivocarse, practicar, mejorar… hacer.

Como decía un participante en una charla reciente: “Una cosa es saber que el fuego quema, y otra haberlo sentido”. Esa vivencia, ese convencimiento profundo, cambia la forma en que actuamos para siempre.

Saber no basta. Hay que creer. Y hay que hacer.

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