Por Daniel Carmona |17 de abril de 2025, 12:18 PM

A sus 64 años, Cristina Mata no sale en las procesiones de Semana Santa, pero está detrás de todas. Su servicio, invisible para muchos, desfila en cada actividad religiosa.

Como la costurera encargada de los trajes para el Convento de los Frailes Capuchinos, comienza su labor hasta tres o cuatro meses antes del Domingo de Ramos. 

Y aunque no es costurera de profesión, lo es de alma. Aprendió desde niña mirando a su mamá, y con los años fue perfeccionando un arte que, al final, se convirtió en su llamado. 

“Aunque la costura era un 'hobby' para mí, me dediqué a estudiar, me gradué en el Tecnológico y trabajé en el INA durante muchos años, dando clases. 

"Después, ya más vieja, empecé a coser. Tenía algunas clientas, entre ellas algunos muchachos que trabajaban en el convento. Iban a cambiar de costurera y me recomendaron porque ya me conocían y sabían cómo hacía las cosas. 

"Me ofrecieron el trabajo y lo acepté”, explicó con la misma tranquilidad que le imprime a cada puntada. 

Cristina no cobra por lo que hace. Lo repite sin orgullo ni falsa humildad, como quien dice algo que simplemente es. 

Para ella, esta labor es un regalo, una forma de complementar la fe que la ha acompañado toda su vida. 

“Hace tiempo no estaba tan allegada como ahora, pero he tenido experiencias que me hicieron ver que no había otra explicación, salvo Dios. Fue hace unos 20 años, cuando llevaba a mi hija al colegio. Una señora se brincó un alto y me golpeó de costado. Nos tiró contra un muro, pero gracias a Dios no nos pasó nada. La gente que vio todo pensó que estábamos muertas, pero ni un solo rasguño. Incluso, el parabrisas quedó despedazado, seguro por una de nosotras, pero no nos hicimos ni un moretón”, recuerda. 

Cristina, administradora de profesión y con un legado como educadora, no necesita vitrinas ni reconocimientos. 

Su obra está en cada puntada invisible que sostiene la devoción. Su recompensa, dice, es la paz que siente al ver todo terminado. 

Aunque han pasado varios años desde su primera intervención para la Semana Santa, recuerda con cariño el proceso. 

“Bueno, sí… para esos tiempos fue una locura, como dice uno, ¿verdad? Fue una cosa de locos. Yo decía: ‘Dios mío, ¿en qué me metí? ¿Cómo hago para terminar esto?’ Porque no me gusta quedar mal, tampoco. Dios guarde. Fue una experiencia difícil, pero ahora trato de organizarme mejor y disfrutar más el proceso”, dice con una sonrisa que refleja el cansancio, pero también el orgullo por su trabajo. 

Este año, incluso, Mata tuvo que comenzar desde enero con las primeras medidas.

“En enero ya comenzamos. El año pasado, la Semana Santa fue en marzo y tuvimos menos tiempo. Este año, empecé en enero, recibiendo a la gente, viendo qué necesitaban. Gracias a Dios, ya tenemos todo listo”, concluyó. 

En Cartago, en cada paso de la Semana Santa, hay un pedazo de su hilo. Porque la fe también se cose, a mano, con aguja, hilo y un corazón como el de Cristina. 

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