Por Gabriel Pacheco |15 de septiembre de 2025, 9:05 AM

El 15 de septiembre de 1821 marcó un hito en la historia de Centroamérica. Sin embargo, la Costa Rica en la que usted y yo nos tocó vivir está compuesta de un entorno muy diferente al que recibió aquella noticia de soberanía. 

En los siglos XVII y XVIII, Costa Rica era considerada una de las provincias más pobres y apartadas del Imperio español. El aislamiento geográfico, la ausencia de grandes minas de metales preciosos y las dificultades para conectarse con los principales centros del poder colonial hicieron que se le calificara como una región periférica, como lo relata el historiador Héctor Pérez Brignolli en su libro: "La población de Costa Rica, 1750-2000 Una historia experimental".

El historiador David Díaz, de la Universidad de Costa Rica, recuerda que no podemos proyectar las fronteras actuales hacia esa época:

“En términos de posesión del espacio sí estaba bien regulado por la corona española... En el caso de Centroamérica, el reino era el de Guatemala y dentro de él estaba determinada la provincia de Costa Rica, con el Pacífico bien conocido y con límites más difusos hacia el Caribe y el sur”, dijo el historiador.

La principal diferencia entre aquellos tiempos y hoy está al sur de nuestro país.

La entonces provincia, delimitada oficialmente hacia finales del siglo XVI, tenía como referentes geográficos el océano Pacífico y el Caribe —especialmente tras la fundación del puerto de Matina—. Al norte, la cordillera de Tilarán marcaba un límite natural, mientras que al sur se extendía hasta Bocas del Toro, en la actual Panamá. El Partido de Nicoya, en ese entonces, era definido como una alcaldía mayor.

Aunque no es posible definir con exactitud el tamaño de aquel territorio, a criterio del historiador quizá era similar al actual, tomando en cuenta que la extensión al sur podría compensar la ausencia de Nicoya. 

Uno de los mayores retos para los historiadores ha sido reconstruir la población del periodo colonial. El cálculo más aceptado proviene del obispo Bernardo Augusto Thiel, quien en 1901 elaboró su Monografía de la población de Costa Rica. Basado en registros parroquiales, Thiel estimó que para 1801 vivían en la provincia unas 52.591 personas (incluyendo el Partido de Nicoya).

La composición social era diversa: alrededor de 4.900 eran españoles, unos 8.200 indígenas originarios y la mayoría, más de 30.000, eran mestizos y ladinos, fruto de un fuerte proceso de mestizaje que se intensificó en el siglo XVIII. 

Existían además aproximadamente 9.000 mulatos, sambos o pardos, y un pequeño grupo de afrodescendientes y esclavos, sobre todo vinculados al trabajo en Matina.

“En un inicio, la población de la provincia estaba concentrada en la zona oriental del territorio, en zonas de Cartago y Ujarrás. Después se desarrollará, pero muy poco a poco, una población más hacia el pacífico", acota la historiadora del Museo Nacional, Gabriela Villalobos.

Geográficamente, el centro de la vida política y económica estaba en Cartago, ciudad fundada en el siglo XVI y donde se asentaba la élite criolla que ostentaba títulos de nobleza.

Sin embargo, una nueva familia empezó a gobernar España e hizo una serie de cambios en el siglo XVIII que impulsaron la creación de nuevas villas en el Valle Central: San José, Heredia y Alajuela.

Estas poblaciones, nacidas en parte de procesos de reubicación forzada, empezaron a ganar importancia en vísperas de la independencia.

Los pueblos indígenas mantenían presencia en lugares como Cot y Quircot de Cartago. Mientras que en el Pacífico norte las poblaciones de Nicoya, Santa Cruz y Liberia eran mayoritariamente afrodescendientes, debido a la expulsión de los indígenas hacia Potosí, en la hoy Bolivia, en el siglo XVI. 

En el Caribe, Matina se convirtió en un punto estratégico por su producción de cacao, controlada por la élite cartaginesa a través del trabajo esclavo. Eso sí, los dueños de estas tierras nunca las visitaban.

“Era una sociedad básicamente campesina, con muy poca concentración de población en centros urbanos, lo que marcó profundamente la forma de organización social y económica del país en ese período", señala Villalobos. 

En Cartago, la élite poseía derechos exclusivos sobre el ganado y arrendaba sus propiedades a campesinos pobres, mulatos o zambos que trabajaban la tierra. Era un modelo dominado por una aristocracia agraria que se beneficiaba sin involucrarse directamente en la producción.

En contraste, las nuevas villas de San José, Alajuela y Heredia encontraron en el tabaco una fuente de dinamismo económico. A finales del siglo XVIII, la Corona otorgó a Costa Rica el monopolio de su producción, y fueron los pobladores de estas localidades quienes más se beneficiaron. 

Gracias a ello, comenzaron a acumular capital y a formar una pequeña élite que, además de cultivar, se lanzaba al comercio marítimo con Panamá y hasta con el sur de América.

“San José y Alajuela empezaron a desplazar a Cartago como centro de poder por estos negocios. De ahí salieron más adelante figuras como José Rafael Mora Porras o Gregorio José Ramírez, que eran comerciantes que iniciaron con un pequeño barco y se desplazaban hacia el sur a comerciar con Panamá”, explica el historiador Díaz. 

Este perfil más abierto y cosmopolita contrastaba con el aislamiento cartaginés y se convirtió en un factor decisivo para que, tras la independencia, el poder político se desplazara del oriente al occidente del Valle Central.

La Costa Rica que llegó a 1821 era, en muchos sentidos, una provincia en transición. El peso histórico de Cartago convivía con el nacimiento de las nuevas villas. La diversidad étnica se expresaba en pueblos indígenas, mestizos, afrodescendientes y criollos, aunque bajo una estructura social profundamente desigual.

 La economía giraba en torno a la tierra, el cacao y el tabaco, con crecientes vínculos hacia los mercados regionales.

Más que una ruptura repentina, la independencia encontró a Costa Rica como un territorio que ya vivía transformaciones internas. Los cimientos de las disputas políticas que marcarían los primeros años de vida republicana estaban sembrados en esa sociedad colonial compleja, diversa y en constante movimiento.

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