Por Johnny López 5 de noviembre de 2025, 17:54 PM

El 27 de setiembre, cuando el sol comenzaba a caer sobre los cafetales de Heredia, Rosa Miranda sopló cien velas. No hubo estridencias ni grandes escenarios, solo una casa llena de voces, guitarras, risas y el silencio emocionado de quienes saben que la vida —cuando se vive con fe— vale la pena celebrarla despacio.

“Es algo extraordinario pensar que son 100 años. Me siento feliz de saber que he alcanzado esta edad y de tener una familia tan maravillosa”, dijo con una sonrisa que parecía detener el tiempo. 

La escuchaban hijos, nietos y amigos, algunos con los ojos húmedos, todos con la certeza de estar participando en un milagro cotidiano: el de ver a alguien cumplir un siglo de vida y hacerlo con serenidad.

En su casa del corazón de Heredia, el reloj parece girar con otro ritmo. Cada tarde, doña Rosa reza el rosario con la misma devoción de siempre, y cuando cae la noche, enciende el televisor para ver Más que Noticias, su compañía habitual. Entre esas rutinas, la vida transcurre con la paz de quien ha aprendido a agradecer lo pequeño.

La fiesta fue más que una celebración; fue un retrato de lo que ella ha construido: un legado de amor, fe y gratitud. Hubo canciones antiguas, abrazos que decían más que las palabras y una sensación compartida de plenitud.
Ese día, Rosa Miranda no solo celebró sus años: celebró una forma de estar en el mundo, la de quien ha comprendido que la alegría no está en lo que pasa, sino en lo que permanece.

Puede ver el reportaje completo en el video que está en la portada.

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