La leyenda de un amor que dio origen al volcán Turrialba
Este coloso esconde en su cima más que vapores y ceniza: guarda historias.
El volcán Turrialba esconde en su cima más que vapores y ceniza: guarda historias.
Durante siglos, los pobladores de estas montañas han contado una leyenda que explica su nacimiento: una historia de amor prohibido, de coraje y de un destino que, según la tradición, hizo temblar la tierra.
Hace muchos siglos, cuando el valle de Turrialba era territorio sagrado, vivía una tribu conocida por su arte y su fuerza. Entre sus miembros destacaba Cira, la hija del cacique. Era alegre, curiosa y soñadora. Todos admiraban su belleza, y su padre ya había decidido con quién debía casarse. Pero el corazón de Cira tenía otros planes. Ella se había enamorado de un joven de otra tribu, un hombre al que solo había visto una vez, pero cuya mirada jamás olvidó (ver video adjunto).
Una noche, movida por un presentimiento, Cira se alejó silenciosa del campamento. Caminó entre sombras, con el miedo latiendo en el pecho y las ramas quebrándose bajo sus pies. Buscaba a aquel joven, sin saber si lo volvería a encontrar. Y fue allí, entre los árboles y el murmullo del viento, donde la vida le dio respuesta. Cuando sus miradas se cruzaron, el silencio se llenó de promesas. Se abrazaron sin palabras, y en el corazón de Cira nació la certeza de que ese hombre era el amor de su vida.
Al notar su ausencia, el cacique reunió a sus guerreros y se internó en la selva. Cuando por fin la encontró, Cira estaba en brazos de su amado. El enojo del padre fue tan grande que su grito hizo temblar los árboles. Intentó separarlos, pero Cira se aferró a él, decidida a no dejarlo. Y en ese momento, dicen, la montaña rugió.
La tierra se abrió y una gran columna de humo blanco se elevó hacia el cielo. Cira y su amado desaparecieron entre el resplandor. Desde entonces, el volcán no ha dejado de respirar. Los antiguos creían que su humo era el alma de los amantes, unidos para siempre en las entrañas de la montaña. Años más tarde, los conquistadores lo llamaron “Torre Alba”, por su brillo al amanecer. Con el tiempo, el nombre cambió… y así nació el volcán Turrialba.

