Un pueblo de solo 100 habitantes mantiene viva la tradición lechera en las montañas de Heredia
En las alturas de Barva, Sacramento conserva su espíritu rural y una forma de vida que resiste al paso del tiempo.
En lo alto de Barva, donde las montañas se abren paso entre la neblina y el aire huele a zacate recién cortado, está Sacramento, un pueblo diminuto que parece flotar sobre el valle central. Apenas cien habitantes viven aquí, a más de dos mil metros de altura, entre vacas, fe y un silencio que solo rompe el mugido de los animales al amanecer.
A Sacramento lo llaman “el pueblo que toca el cielo”, y no solo por su ubicación. Hay algo de espiritual en su manera de resistir, en la forma en que sus vecinos (campesinos, lecheros, amas de casa) se aferran a una historia que comenzó hace casi dos siglos.
Según los registros, las tierras fueron compradas en 1824 por un inglés que vio en ellas el potencial para la ganadería y la leche. Desde entonces, la vida aquí ha girado en torno a esos dos pilares: el trabajo y la constancia. Lo demás —las tradiciones, los rezos, las fiestas— se ha ido heredando con el tiempo, como si el alma del pueblo se transmitiera en secreto entre generaciones.
Casi todos se conocen. Aidé Hernández, Jorge Mejía, Horacio Ramírez, Juan Hidalgo y Elvia Mejía son algunos de los nombres que sostienen la vida comunitaria. El padre de Jorge fue quien trajo la madera para levantar la iglesia y el salón comunal, todavía hoy los dos puntos cardinales del pueblo.
Desde 2005, la Asociación de Desarrollo Integral de Sacramento reúne a los vecinos que intentan mantener el pulso de la comunidad. Organizan ferias, reparan caminos, sueñan con que los jóvenes no tengan que marcharse.
El sustento principal sigue siendo la leche. Las familias mantienen pequeñas lecherías que abastecen a la zona. Pero el turismo rural ha empezado a abrir nuevas rutas: los visitantes llegan buscando aire limpio, senderos y silencio. Los vecinos los reciben con café caliente, tortillas recién hechas y la hospitalidad que solo el campo conserva.
La escuela, que durante años estuvo cerrada por falta de niños, volvió a abrir sus puertas gracias al empeño colectivo. Ahora sueñan con reconstruir el edificio original, ese donde muchos aprendieron a escribir sus primeros versos y a trazar su destino.
Sacramento no tiene prisa. Es un lugar donde el tiempo se detiene y el alma respira. Donde cada amanecer frío trae consigo el mismo ritual: el ordeño, la fe y una taza de leche tibia que sabe a hogar.
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